Los
chicos desaparecieron en compañía de la luz. La oscuridad reinó en todo el
concierto, y el último solo de guitarra retumbó en el estadio. Un griterío
emocionado e incontrolable desgarró el aire a su alrededor.
Me
mantuve cerca de Micaela. Ella ya parecía tener claro donde dirigirse, por lo
que únicamente me dejé llevar. Los pasillos volvieron, y el griterío a lo lejos
fue desapareciendo poco a poco. Podía notar las prisas en las voces de las
chicas, las cuales parecían saber que ocurría.
-¿Dónde
vamos? –Me aventuré a preguntar.
-Nos
vamos antes de que todas las fans se amontonen y les resulte muy difícil salir
–Me contestó Izzy -. Hay que ser rápidos. O si nos te quedas sin salir.
Me
aventuré a callar. Las luces del exterior me cegaron cuando abrieron una de las
cientos de puertas, y de nuevo un griterío a lo lejos se extendió. Vislumbré a
lo lejos como algunas fans ya esperaban el autobús en la puerta de salida, pero
nada se había cargado.
-Vamos
chicas. Ahora hay pocas fans –Gritó Tom, empujándonos hacía uno de los dos
autobuses.
Miré
a la puerta. Habrían al menos treinta chicas gritando como locas al
observarles. Pocas fans…
Me
senté en uno de los asientos, observando la carretera pasar a gran velocidad a
través del cristal. El vaho nublaba mi vista, y el frío parecía traspasar el
cristal hasta filtrarse en mis huesos.
A lo
lejos, las risas de Mic y James se
perdían en el autobús. Les había dejado intimidad a ambos, y mirar a través de
una ventana resultaba más tentador por el sosiego que unirme a los demás para
ver la televisión.
-Kay
-Oí delante de mí.
Aparté
mis pensamientos para encontrarme con uno de mis miedos. Georgia se había
acercado hasta mí, y una sonrisa tímida se perdía en su mejilla.
-Geo
–Le saludé.
Su
delgada y liviana figura se sentó delante de mí. Aparté mi pierna, observándola
mientras ella parecía pensar en el tema de conversación. Había pasado la
primera prueba; parecía que Georgia no sospechaba nada.
-¿Ocurre
algo? –Le pregunté con dulce voz.
-Quería
darte las gracias –Alzó su azulada mirada mientras mi cara adoptaba una mueca
de miedo -. Me has tratado genial, y eres una buena persona. Has sido justa
conmigo, y aunque no tengamos una gran amistad, quería darte las gracias por estar
ahí, Kay.
La miré
horrorizada. No sabía a qué venía aquello, pero aquellas palabras de una
gratitud que no me merecía ni en kilómetros me perforaban el pecho.
-No
tienes por qué darme las gracias.
-Sí,
claro que debo –Insistió. Sus ojos se profundizaron, ruborizándose mientras
apartaba la mirada de mí -. Pero es que quería pedirte un favor más. No sé a
quién recurrir sin que me rechace.
Fruncí
el ceño. Lo que sea que fuese aquello, me erizó la piel de antelación.
-¿El
qué?
-Habla
con Danny –Dijo, casi de imploro -. Quiero recuperarle, despertarme de este mal
sueño. No sé porqué cortó conmigo… estábamos bien. Si no puedo recuperarle,
quiero saber que hice al menos mal.
La
garganta se me secó. Noté la cara arderme ante la situación, y las palabras no
lograron fluirme con avidez.
-¿No
lo haría mejor Tom o Harry esto, antes que yo?
-Tom
o Harry me dirían que es asunto mío y de Danny. Ya se lo he propuesto a Tom, y
su respuesta ha sido clara: “No puedo inmiscuirme en una relación ajena y
sonsacarle algo a Danny que no me quiere decir”.
-Pero,
Georgia –Intenté escabullirme de aquel favor -. Si no se lo dice a Tom, ¿por
qué ha de hacerme caso a mí?
-Te
llevas bien con él –Se encogió de hombros -. Siempre ha hablado muy bien de ti.
Y si no se lo ha dicho a nadie, en el fondo, necesita a alguien que le escuche.
Conozco a Danny; puede ser muy frívolo, pero necesita a alguien a su lado.
Los
ojos comenzaron a arderme. Aquel favor no lo quería hacer. Creía conocer la
respuesta, y me veía incapaz de decirle la verdad o mentirle a Georgia.
Confiaba en mí, y yo, de antaño, le había fallado. Podía oír a mi cabeza
insultándome a gritos dentro de mí.
-¿Entonces…?
–Su labio tembló, nervioso -. ¿Podrás hacerlo?
Intenté
formular la palabra “no”. Pero era incapaz. Ya había sido demasiado egoísta, le
había fallado cuando ella confiaba en mí. Un “sí” era un contestación egoísta y
descarada, pero me daba tanto miedo y vergüenza fallarle en aquel mínimo favor,
que no pude repelerme.
-Está
bien.
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