Aferré con mis entumecidas manos todos los vasos que pude
de café, haciendo un esfuerzo por que mi torpeza no hiciera perecer estrellados
en el suelo. Un gentil Danny me abrió la puerta, y azorada, entre a tambaleos.
Cuando el pecoso entró, me hizo cargo de sus tazas mientras encendía el motor.
Una leve sonrisa por lo de antaño aún estaba embozada en su rostro.
-Un
momento… -Murmuró mientras se detuvo. Su mirada se posó un momento en mí, hasta
que se sobresaltó -. Oh, mierda. Se me ha olvidado darle la comida a Bruce.
-¿Bruce?
–Dije extrañada, sin entender nada.
-Mi
perro –Se mordió el labio inferior -. Si quieres puedo dejarte en casa de Tom y
luego yo me pasó por mi casa, así te resguardas del frío de una vez –Propuso,
mirándome esperando una respuesta.
-Ah,
no importa. Si te viene más cerca
pasarte ahora por tu casa, a mi no me importa tardar más; siempre mientras
dejes encendida la calefacción, claro está.
-Sí
pretendes que mis dedos no puedan conducir por hacerse hielo… -Murmuró, e
inevitablemente y una vez más, nuestras carcajadas rieron al unísono.
Me
esperaba un trayecto más largo desde aquella cafetería hasta la casa Jones.
Apenas tardamos unos cinco minutos en llegar, mientras el silencio volvía a
apoderarse, pero aquella vez la incomodidad había desaparecido. Nuestros
recientes descubrimientos de gustos comunes parecía haber aumentado
notablemente nuestra barra de confianza, lo cual parecía ser también el motivo
de nuestras sonrisas en el rostro.
El
coche se detuvo en una gran casa blanca, con un espacioso jardín. Danny
suspiró, mientras sacaba con dificultad las llaves debido a sus guantes.
Escudriñó su casa un momento, y de nuevo, sus ojos azul grisáceo se detuvieron
en mí.
-¿Entras
o te quedas?
-Me
gustaría conocer a ese perro tuyo al que le has llamado Bruce –Dije con una
sonrisa que imploraba -. Si puede ser, claro.
Él
asintió, añadiendo una vez más una gran sonrisa y salió del coche. Le imité, y
pronto mi cuerpo se crispó ante el frío. Miré a lo alto de las farolas, que
servía como punto de sujeción de los adornos Navideños. Una sonrisa se asomó
por la comisura de mis labios, y con los pies congelados, seguí a grandes
zancadas los pasos de Danny.
Nada
más abrir la puerta, unos ladridos asomaron por ella. El pecoso exclamó algo,
lo que aumentó la emoción del animal, y tan pronto como la puerta de hubo
abierto del todo, una masa grande con pezuñas embistió contra mí. Mi cuerpo
cayó con un golpe seco contra la fría acera, y pronto, al mojado y andrajoso me
lamió toda la cara.
-¡Bruce!
¡Estate quieto! –Oí como gritaba Danny pero acompañado de una risa. El peso de
la mascota se quitó de encima de mí, dejándome ver a un Danny que lo sujetaba
de una mano mientras que con la otra me la entendía para ayudarme -. ¿Estás
bien, Kay?
-Oh,
sí –Dije mientras empezaba a reírme. Acepté la ayuda de Danny, y tan pronto
como recuperé la compostura, me arrodillé y comencé a acariciar al perro que me
había embestido -. ¿Con qué tu eres Bruce, no? No me esperaba menos de ti
siendo mascota de Danny Jones.
-No
es para tanto –Dijo con falsa modestia -. Pues aún te falta conocer a Ralphie.
Fruncí
el ceño, mientras me alejaba de Bruce, un Beagle que comenzó a pisarnos los
talones. Conforme comenzamos a recorrer la oscura casa, el perro iba lanzando
algún que otro ladrido para que le prestáramos atención. Nuestros pasos se
detuvieron en lo que parecía el salón, y cuando Danny encendió las luces, lo
confirmé. Lancé una mirada a Bruce
mientras sonreía, pero lanzó un ladrido más que se vio respondido.
Alcé
la mirada hacía los sofás negros. No me había percatado del bulto negro que
había sobre ellos, y que en aquel momento, me miraban con ojos cansados.
-¡Ralphie!
–Saludó Danny con un grito.
Un ladrido más hosco salió del bullador que descansaba en
el sofá, y de un saltó, se levantó. Corrió hacía mí, mientras asustada, di
pasos hacía atrás que de poco sirvieron. Al igual que con Bruce, el cuerpo
negro de Ralphie saltó hacía mí, pero aquella vez Bruce se animó a imitarlo.
Tan pronto como me di cuenta, estaba tendida en el suelo, con dos grandes y
pesados cuerpos que chupaban mi cara cortándome la respiración.
-Les
has caído bien –Oí a Danny acercarse, riéndose de nuevo -. El primer día que
Geo piso mi casa hicieron lo mismo, y por casi los mata cuando se dio cuenta de
que su cara era un mar de babas.
-Es
normal de los perros. Mejor que sean así de… ¿cariñosos? –Carcajeé -. A
agresivos.
-¿Te
gustan, no? –Preguntó mientras se dirigía a la cocina. Le seguí tambaleante,
pues ambas mascotas correteaban para ser perceptibles.
-Sí,
siempre me han llamado la atención –Dije mientras sonreía. Cuando Danny llegó
de nuevo a nuestra posición, me tendió un mediano sobre de comida para perro -.
¿Qué hago con esto?
-Ayúdame.
No quiero que los dos se lancen hacía mí; esa es la comida favorita de Bruce.
Yo se la pondré a Ralphie.
-O sea,
¿quieres que también arremetan contra mí, no? –Carcajeé, y acompañada por el
pecoso caminamos hasta los cuencos con las letras “R” y “B” dibujadas -.
Ingenioso, Daniel, ingenioso.
-Oh
no, no me llames Daniel –Me pidió mientras sus claros ojos azules me miraban
asustados -. Odio mi nombre completo.
La
callé varios segundos antes de responder. Captando mi atención, sus ojos
parecían brillar más de lo usual. La poca luz del anochecer que se filtraba por
la gran y cristalina ventana que daba al jardín iluminaba de forma grisácea su
rostro, y las pecas se convirtieron en pequeños puntitos oscuros que adornaban
su rostro. Sonriendo, me encogí de hombros.
-Pues
te llamaré Jones cuando esté resentida.
-¿Estás
enojada ahora? –Preguntó, aún observándome.
-Claro
que no, no hay motivo –Dije de forma obvia.
Nuestras miradas se
mantuvieron en conexión, pero a cada segundo la incomodidad aumentaba. No sabía
si él era consciente, pero sin resistirlo, desvié la mirada hacía el cuenco de
la “B” y vertí la comida de Bruce, quien intentaba echarme a un lado para tener
más espacio al comer.
-¿Sabes? –Volvió a murmurar
Danny. Mi mirada se levantó de nuevo, pero él seguía arrodillado, mirado el
cuenco de Ralphie que se iba vaciando poco a poco. Una sonrisa estaba embozada
sutilmente en sus labios -. No pensé que tuviéramos tantas cosas en común.
Y sin saber por qué, algo
incómodo se removió en mi estómago como si de mariposas se tratasen. El peso de
la incomodidad cayó sobre mí como si se tratase de un plomo y noté como mi
rubor aumentaba a gran tamaño.
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Ejem e.e
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