domingo, 16 de diciembre de 2012

Capítulo 27 - La comida de Bruce y Ralphie:


Aferré con mis entumecidas manos todos los vasos que pude de café, haciendo un esfuerzo por que mi torpeza no hiciera perecer estrellados en el suelo. Un gentil Danny me abrió la puerta, y azorada, entre a tambaleos. Cuando el pecoso entró, me hizo cargo de sus tazas mientras encendía el motor. Una leve sonrisa por lo de antaño aún estaba embozada en su rostro.
                -Un momento… -Murmuró mientras se detuvo. Su mirada se posó un momento en mí, hasta que se sobresaltó -. Oh, mierda. Se me ha olvidado darle la comida a Bruce.
                -¿Bruce? –Dije extrañada, sin entender nada.
                -Mi perro –Se mordió el labio inferior -. Si quieres puedo dejarte en casa de Tom y luego yo me pasó por mi casa, así te resguardas del frío de una vez –Propuso, mirándome esperando una respuesta.
                -Ah, no importa.  Si te viene más cerca pasarte ahora por tu casa, a mi no me importa tardar más; siempre mientras dejes encendida la calefacción, claro está.
                -Sí pretendes que mis dedos no puedan conducir por hacerse hielo… -Murmuró, e inevitablemente y una vez más, nuestras carcajadas rieron al unísono.
                Me esperaba un trayecto más largo desde aquella cafetería hasta la casa Jones. Apenas tardamos unos cinco minutos en llegar, mientras el silencio volvía a apoderarse, pero aquella vez la incomodidad había desaparecido. Nuestros recientes descubrimientos de gustos comunes parecía haber aumentado notablemente nuestra barra de confianza, lo cual parecía ser también el motivo de nuestras sonrisas en el rostro.
                El coche se detuvo en una gran casa blanca, con un espacioso jardín. Danny suspiró, mientras sacaba con dificultad las llaves debido a sus guantes. Escudriñó su casa un momento, y de nuevo, sus ojos azul grisáceo se detuvieron en mí.
                -¿Entras o te quedas?
                -Me gustaría conocer a ese perro tuyo al que le has llamado Bruce –Dije con una sonrisa que imploraba -. Si puede ser, claro.
                Él asintió, añadiendo una vez más una gran sonrisa y salió del coche. Le imité, y pronto mi cuerpo se crispó ante el frío. Miré a lo alto de las farolas, que servía como punto de sujeción de los adornos Navideños. Una sonrisa se asomó por la comisura de mis labios, y con los pies congelados, seguí a grandes zancadas los pasos de Danny.
                Nada más abrir la puerta, unos ladridos asomaron por ella. El pecoso exclamó algo, lo que aumentó la emoción del animal, y tan pronto como la puerta de hubo abierto del todo, una masa grande con pezuñas embistió contra mí. Mi cuerpo cayó con un golpe seco contra la fría acera, y pronto, al mojado y andrajoso me lamió toda la cara.
                -¡Bruce! ¡Estate quieto! –Oí como gritaba Danny pero acompañado de una risa. El peso de la mascota se quitó de encima de mí, dejándome ver a un Danny que lo sujetaba de una mano mientras que con la otra me la entendía para ayudarme -. ¿Estás bien, Kay?
                -Oh, sí –Dije mientras empezaba a reírme. Acepté la ayuda de Danny, y tan pronto como recuperé la compostura, me arrodillé y comencé a acariciar al perro que me había embestido -. ¿Con qué tu eres Bruce, no? No me esperaba menos de ti siendo mascota de Danny Jones.
                -No es para tanto –Dijo con falsa modestia -. Pues aún te falta conocer a Ralphie.
                Fruncí el ceño, mientras me alejaba de Bruce, un Beagle que comenzó a pisarnos los talones. Conforme comenzamos a recorrer la oscura casa, el perro iba lanzando algún que otro ladrido para que le prestáramos atención. Nuestros pasos se detuvieron en lo que parecía el salón, y cuando Danny encendió las luces, lo confirmé. Lancé  una mirada a Bruce mientras sonreía, pero lanzó un ladrido más que se vio respondido.
                Alcé la mirada hacía los sofás negros. No me había percatado del bulto negro que había sobre ellos, y que en aquel momento, me miraban con ojos cansados.
                -¡Ralphie! –Saludó Danny con un grito.
Un ladrido más hosco salió del bullador que descansaba en el sofá, y de un saltó, se levantó. Corrió hacía mí, mientras asustada, di pasos hacía atrás que de poco sirvieron. Al igual que con Bruce, el cuerpo negro de Ralphie saltó hacía mí, pero aquella vez Bruce se animó a imitarlo. Tan pronto como me di cuenta, estaba tendida en el suelo, con dos grandes y pesados cuerpos que chupaban mi cara cortándome la respiración.
                -Les has caído bien –Oí a Danny acercarse, riéndose de nuevo -. El primer día que Geo piso mi casa hicieron lo mismo, y por casi los mata cuando se dio cuenta de que su cara era un mar de babas.
                -Es normal de los perros. Mejor que sean así de… ¿cariñosos? –Carcajeé -. A agresivos.
                -¿Te gustan, no? –Preguntó mientras se dirigía a la cocina. Le seguí tambaleante, pues ambas mascotas correteaban para ser perceptibles.
                -Sí, siempre me han llamado la atención –Dije mientras sonreía. Cuando Danny llegó de nuevo a nuestra posición, me tendió un mediano sobre de comida para perro -. ¿Qué hago con esto?
                -Ayúdame. No quiero que los dos se lancen hacía mí; esa es la comida favorita de Bruce. Yo se la pondré a Ralphie.
                -O sea, ¿quieres que también arremetan contra mí, no? –Carcajeé, y acompañada por el pecoso caminamos hasta los cuencos con las letras “R” y “B” dibujadas -. Ingenioso, Daniel, ingenioso.
                -Oh no, no me llames Daniel –Me pidió mientras sus claros ojos azules me miraban asustados -. Odio mi nombre completo.
                La callé varios segundos antes de responder. Captando mi atención, sus ojos parecían brillar más de lo usual. La poca luz del anochecer que se filtraba por la gran y cristalina ventana que daba al jardín iluminaba de forma grisácea su rostro, y las pecas se convirtieron en pequeños puntitos oscuros que adornaban su rostro. Sonriendo, me encogí de hombros.
                -Pues te llamaré Jones cuando esté resentida.
                -¿Estás enojada ahora? –Preguntó, aún observándome.
                -Claro que no, no hay motivo –Dije de forma obvia.
Nuestras miradas se mantuvieron en conexión, pero a cada segundo la incomodidad aumentaba. No sabía si él era consciente, pero sin resistirlo, desvié la mirada hacía el cuenco de la “B” y vertí la comida de Bruce, quien intentaba echarme a un lado para tener más espacio al comer.
-¿Sabes? –Volvió a murmurar Danny. Mi mirada se levantó de nuevo, pero él seguía arrodillado, mirado el cuenco de Ralphie que se iba vaciando poco a poco. Una sonrisa estaba embozada sutilmente en sus labios -. No pensé que tuviéramos tantas cosas en común.
Y sin saber por qué, algo incómodo se removió en mi estómago como si de mariposas se tratasen. El peso de la incomodidad cayó sobre mí como si se tratase de un plomo y noté como mi rubor aumentaba a gran tamaño.
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Ejem e.e 

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