domingo, 21 de abril de 2013

Capítulo 65 - Sonrisas irrompibles.


                Cerca del anochecer, el autobús se detuvo en lo que debía de corresponder el hotel de Northampton. Un gran edificio de cuatro pisos y planta baja con un espacioso jardín y terraza nos daba paso al lugar dónde pasaríamos una única noche.
                Cuando las chicas bajamos del autobús acompañadas de James, Matt y Dylan, Lucy y Sam ahogaron gritos eufóricos al observar el hotel. Sus bolsas cargadas de Dios sepa qué amenazaron con caer al suelo cuando, entre brincos, se acercaron a la terraza inferior. Georgia, mohína, se dedicó a sonreír por su alegría y seguirlas.
                -Vaya –Susurré al ver a modelo rubia alejarse -. Si que está triste.
                -Es normal, Kay –Me susurró Mic a la oreja -. Pero no sientas conmiseración. No tienes nada que ver.
                Dude de sus palabras, pero enmudecí. Seguí arrastrando mi maleta con cierta aflicción que supe descubrir, mientras los comentarios de sorprendidos y satisfecho de las demás chicas y ambos hombres rondaban en nuestro grupo.
                Decoración rústica y perfectamente amueblada con salones formaban el hotel Northampton. Una luz proyectada por lámparas de puestas de sol le daba un toque cálido a aquel encantador moblaje. Un olor a café que perfumaba cada pasillo, salón y salas de estar contrastaban con la noche que se filtraba entre los amplios ventanales. Una mujer de cabello corto y pelirrojo nos atendió, y respondiendo a nuestras reservas, nos condujo hasta el tercer piso. Nuestras habitaciones estaban continuas.
                -¿Quieres que te ayude con las maletas? –Se propuso Dylan, robándomela antes de conocer mi respuesta.
                -Me parece que seré la que menos equipaje llevará –Dije con una carcajada y mirando a Micaela quién en aquel momento luchaba por arrastrar las maletas por los pequeños escalones -. Algunas no pueden con todo el peso del suyo.
                -No tardará en ser ayudada –Justo nada más calló, James se detuvo para ayudarla. Le sonreí a Dylan, quién se dedico a guiñarme un ojo y atravesar los escalones como si apenas lo hiciese -. ¿Irás al concierto de mañana de los chicos?
                -Sí, claro que sí. Todos irán.
                -Si, tienes razón. Además, creo que han dicho que hay una nueva canción escrita –Me sonrió, achinando sus ojos verdosos -. La que has hecho con Danny, ¿no?
                Apreté la mandíbula. No sabía cómo se había descubierto aquello, pero la idea y el tono en que la gente parecía pronunciar aquello no me gustaba.
                -Es extraño –Prosiguió Dylan sin esperar mi respuesta -. Quiero decir… No tienes ninguna carrera musical. No me malinterpretes; me parece algo nuevo y bueno para el grupo.
                -Bueno. Poder escribir una canción, todos podemos, ¿no?
                -Sí claro –Una sonrisa torcida se formó en sus labios. La chica guía desapareció, dejándonos delante de nuestras habitaciones. -. ¿Y cómo es que os pusisteis a escribir juntos?
                -Es una canción. Ni siquiera la letra merece la pena. Les ayudé, y ya está –Pronuncié tajante. No me gustaba aquel tema-. Será mejor que vayas a tu habitación a prepararte antes de cenar, ¿no Dylan?
                -Esa es la idea –Frunció el ceño, pero se apoyó en el marco de la puerta -. ¿Puedo invitarte a cenar, al menos?
                -¿Por qué tendría que decir que sí? –Pregunté impasible.
                -Porque llevo intentando profundizar y conocerte mejor desde el día de la exposición de arte, y no he logrado mucho con simples conversaciones de dos minutos. De modo que exijo una cena, para complacerme.
                Sonreí. Había conseguido apartarme la irritación de la cabeza.
                -Más motivos.
                -¿Más motivos? –Carcajeó -. ¿No puedo pedirle a una amiga una cena? Además, no te arrepentirás. Este sitio es agradable. Solo pido intimidad. Conversación más allá de temas que te hagan morder el labio o apretar la mandíbula con irritación –Me guiñó un ojo ante mi azoramiento -. ¿Qué me dices? ¿Puedo hacerte sonreír, al menos?
                -Ya lo estás haciendo, ¿no lo ves?
                -Pues déjame que perdure un poco más. Cuando cierres la puerta, en dos minutos, volverás a tu estado sereno. Permíteme hacerla durar un poco más.
                Mi sonrisa se amplió, Cabizbaja, asentí con cuidado. La sonrisa de Dylan se amplió, y separándome del marco de la puerta, me arqueó las cejas de forma aliciente.
                -A las nueve menos cuarto paso a por ti. No te olvides de esa sonrisa.
                Y dando media vuelta, me dejó aún confusa.
Dando media vuelta y recapacitando sobre lo ocurrido, cerré la puerta con mi espalda y miré a la ventana con la cortina corrida. La habitación estaba sumida en un tonó amarillo apagado, con sombras a cada esquina y un silencio que apenas lo rompían los coches del exterior. Unas hormigas subieron por mis piernas hasta mi estómago, y en aquel momento, un único pensamiento hizo romper mi sonrisa aún permaneciente.
Danny, sin saber por qué.

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