Me obligué a detenerme en un
pequeño aparcamiento libre antes de llegar a la plaza. Cabizbaja, cogí el
húmedo pañuelo que había mantenido apretado con presión en mi mano todo el
tiempo i me sequé las últimas lágrimas que caían por mi suave mejilla.
Había
hecho promesa en vano de que no lloraría, a pesar de que noté que el mundo se
me caía cuando Danny salió de mi casa. De camino a la plaza Tafalgar no había
podido resistir más las pequeñas balsas que se iban acumulando y finalmente, mi
promesa se había roto dejando un rastro de gotas en mis mejillas.
-Joder
–Suspiré mientras me miraba en el espejo del retrovisor. La fina ralla que me
había hecho perezosamente se había esparcido por todo mi ojo, dándome un
aspecto fúnebre -. Con discreción, Kay, con discreción.
Nunca
hablaba sola en voz alta. Tal vez mentalmente sí, pero aquella vez mi voz salía
sola. Supongo que tenía que proporcionarme cualquier detalle para tener mi
mente despejada, incluso el mero hecho de oír mi voz. Pero me sentía impotente.
Antes
de lo que hubiera deseado, estuve en la plaza Tafalgar Square. Aquella mañana
el cielo estaba encapotado de nubes grises, con algún que otro rayo de sol que
se filtraba por entre las nubes, y una densa niebla iba bajando hasta nosotros.
Suspiré mohína mientras bajaba del coche afligida. Aquel tiempo no mejoraba mi
estado de humor ni el gran vacío que sentía en mi pecho.
Metí
mis manos dentro de los bolsillos de la chaqueta medio abrochada y caminé con paso
constante hasta la fuente. Aquel día no quería mezclarme con gente ni sentirme
rodeada de ella. Necesitaba soledad, estaba deprimida.
Resoplé
cuando mis ojos recorrieron la gran fuente cristalina y no encontraron a
Micaela. Había quedado con ella urgentemente. Como mejor amiga, le concernía
saber lo que había ocurrido, además que necesitaba un abrazo de los suyos. En
aquel momento, necesitaba de nuevo que aclarasen mis dudas por mí, ya que ni yo
misma era capaz de encontrar respuesta.
Y no
solo era aquella impotencia de no saber que me ocurría, sino que el dolor
pectoral no desaparecía, sino que el dolor incrementaba.
-¡Kay,
Kay! –Oí su dulce voz a mi espalda. Me giré lentamente, serena y frívola.
Micaela corría en brincos hacía mí mientras me agitaba una mano -. Lo siento
por tardar, había acompañado a Tom a por unos dulces en la demora.
-No
pasa nada. -Dije forzando una sonrisa.
Su
ceño se frunció tan rápido como sonreí. Cómo no, ella ya había notado mi
compungido carácter. Frunció el ceño y los labios, callando por el momento
mientras justo en aquel momento una figura apareció por detrás suya, media
cabeza más alta.
Tom
me sonreía en señal de saludo, formando un pequeño hoyuelo. Sonreí
sinceramente. Increíble que cosas tan pequeñas como esas pudiesen hacerte
desconectar varios segundos.
-Buenos
días, Kay, me alegro de verte –Me sonrió mientras me depositaba un beso en la
mejilla -. ¿Compras de última hora para esta noche?
Fruncí
el ceño, dolorida de nuevo. Sabía que él no lo había dicho a sabiendas, pero me
había dolido y algo pareció tocar más fondo en mi corazón. Nochebuena,
felicidad, parejas… las tres palabras se repitieron a increíble velocidad en mi
cabeza. Reaccioné con demasiada tardanza; las caras de preocupación de Mic y
Tom ya estaban analizando cada movimiento mío.
-Que
va. Tenía que pasarme por unos sitios y necesitaba de Micaela –Sonreí bajando
la mirada.
-¿Te
encuentras bien? –La voz sosiega de Tom pareció preocuparse de verdad.
Le
miré. Sus ojos cafés estaban arrugados por su ceño fruncido. Podía contárselo y
él intentaría ayudarme de la mejor forma posible, seguramente más de lo que
debía. Así era de genial Tom Fletcher. Pero no, no quería divulgarlo a los
cuatro vientos, ya que este tema debería de ser impasible para mí. Debería…
-Ah,
sí. No he tenido un buen despertar, solo.
La
faceta de Micaela se ablandó tranquilamente, mientras que Tom, por el
contrario, pareció preocuparse más. Su ceño fue volviendo poco a poco a la
posición correcta, mientras una cara de anonadado se formaba. Mierda. Tom no
era imbécil, todo lo contrario. Podía suponer, y yo ya sabía que él debía de
saber más de lo que yo creía. No me equivocaría al pensar que acertaba en su superstición.
-Será
mejor que vayamos haciendo marcha –Dije de nuevo rompiendo el silencio como
cristal que se había formado -. No tengo mucho tiempo.
-¿Te
vienes Tom? –Preguntó Micaela con una sonrisa.
No, pensé. No quería apartar
a Tom con desdeño ni airada, pero quería tener privacidad. Sabía que si yo le
contaba lo que había ocurrido, lo haría Danny, y él me daría su apoyo. Lo
quería, pero no en aquel momento, en aquella situación y con aquella gente a nuestro alrededor. No ahora.
-No,
tengo que volver a casa. Gio tenía demasiado antojo de polvorones y no puedo tardar
o dormiré con Marvin –Dijo con una sonrisa, mientras sus ojos me miraron con
calidez, transmitiendo apoyo -. Nos vemos esta noche, chicas.
Nos
despedimos gentilmente mientras la figura de Tom comenzaba a mezclarse entre
las centenas de gente que recorrían aquella nublosa mañana la plaza. Cuando se
perdió de vista, me volví hacía Micaela de nuevo, adusta, y esta borró su
sonrisa de su rostro. No quería tardar en decírselo más; necesitaba liberar
aquel peso en el pecho.
-Necesito
que me acompañes a la farmacia. A por una píldora.
-¿Cómo?
–Exclamó en voz alta Micaela, sonriendo, pero pronto hizo desaparecer su
sonrisa cuando mi aspecto gélido no desapareció -. ¿Qué ocurrió anoche, Kay?
Intenté
hablar, pero para mi sorpresa, mi garganta se quebró cuando lo intenté y un gemido y lloriqueo salió de él. Los brazos
de Micaela pronto me acorralaron, sorprendiéndome y abrazándome, pero no
entendí realmente a que venía aquello
hasta que encontré mi rostro sumergido en su pecho. Entonces, como si me diera
paso libre y sin evitarlo, comencé a llorar.
-Danny…
-Adivinó. El nombre de él hizo que de nuevo un peso cubriera mi liviano pecho
ya -. ¿Qué paso anoche cuando te llevo a casa, Kay?
-¿No
te haces una idea? –Dije con gemidos sin querer mirarla.
-Necesito
detalles, lo sabes –Pidió feliz, pero un suspiro agobiado afloró -. Dios mío,
te juro que le dije a Mike que pasaría esto, te lo juro. ¡Se venía venir a
kilómetros!
No
lo entendí, pero no quise hablar de otro tema referido a él que no fuera mi
explicación. Cuando liberé mi carga en mi pecho, me separé de ella mientras
comenzábamos a caminar y empecé a contarle lo pasado anoche. Una Micaela
boquiabierta iba apareciendo poco a poco, a cada paso.